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El hombre cacho no es sexy

miércoles, 29 de abril de 2009 by SM

Por: Tere Campano.

Hace algunos años mi corazón y mi sexo sufrieron una especie de cataclismo sideral. Ambos se sintieron enamorados. Creyeron que, por primera vez, habían encontrado un hombre que los llenaba por completo, reuniendo eso que tanto buscamos algunas mujeres compuesto de virilidad sexual por un lado y sensibilidad extrema por otro. Pero con el tiempo, esta sensación de felicidad y plenitud que sentía, comenzó a morir en mí. Es que empecé a conocer el famoso complejo de Peter Pan y el concepto de hombre cacho y me desilusioné. Qué lamentable, terminé con ganas de huir, y la verdad es que aún me cuesta hablar de esto porque estuve muy enamorada y el amor, de alguna manera, sube a los tipos a una especie de podium imaginario del que no los bajas aunque los susodichos se hayan portado como las reverendas pelotas.

Vicente era lindo como la luna llena y tan letrado que no había libro que no hubiese leído y autor que no citara en medio de las conversaciones. Tanto que me trasportaba mentalmente a mi trágica y romántica adolescencia, cuando me pasaba leyendo poemas lúgubres y llorando por mi incapacidad de encontrar un novio extraño y culto en las fiestas de colegio. Vicente me trasportaba y yo comenzaba a enamorarme de ese hombre extraño, culto, pero también muy oscuro casi sacado de una novela -que por cierto se deprimía de día y en la noche parece que se le quitaba porque salía a deambular por la bohemia santiaguina sin ningún pudor y con la cara llena de risa-.

Pero en la primera etapa a mí me gustó demasiado incluso en la cama; ahí pude comprobar que el poeta lo hacía de las mil maravillas con tanta destreza que en medio del calor del placer aparecía un hombre rudo, apasionado e intenso al chancho. Aunque, claro, tuve ciertos indicios que esto era extraño porque me acuerdo de haber estado en un exquisito polvo y mi poeta maldito se ponía a llorar. Creo que eso pasó dos o tres veces. No recuerdo la razón, pero como yo estaba tan “encantada” no me pareció raro, sino propio de su sensibilidad.

Bien ilusa, porque si una siente que lo están pasando recontra bien y en un ambiente de ultra confianza y erotismo, es mucho más lógico que ambos nos matemos de la risa con carcajadas delirantes a que uno de los dos llore sin causa alguna tres segundos antes del orgasmo. ¡Vicente lloró! Ahí mismo, ¡lloró! ¡¿Qué tipo de fiebre porcina podría haberlo hecho llorar?! I don’t know. De hecho, una de esas veces, pensé que se quejaba de ganoso, pero no, lloraba porque se sentía incapaz de sobrellevar la vida en una sociedad “cruda y brutal”. O sea ¿qué quieren que les diga? Me sentí full superficial y desubicada gimiendo con ahínco y deseándolo tanto, mientas él tenía tamaña preocupación y sufría.

También me pasó eso que todo el mundo trata de decir algo sin decirlo, como “¿Tere, pero tu mino no trabaja?” “¿Tere, pero cómo se desaparece por semanas sin razón alguna?”. Hasta el definitivo “Tere, tu mino es un vago que no tiene intensiones de trabajar, un inmaduro que vive de tu trabajo y de tu lástima.” Sin embargo, era tan fuerte asumir de mi parte su complejo de Peter Pan -el complejo del niño que no crece porque no quiere crecer-, que yo lo creía en cada una de sus razones. Lo justificaba. Me había vuelto como su mamá: cuidándolo, protegiéndolo, comprando hasta sus condones. Me producía demasiado cariño y el hecho que en el sexo fluyera su sensibilidad me conmovía tanto que siempre terminaba por defenderlo cuando alguien hablaba mal de él. Craso error. Era un cacho.

Fui tan bruta, bruta con una b más grande que la b alta porque como la “dulzura” estudiaba después de diez años y no tenía plata ni para el cine, ni para moteles, ni para la micro, yo compré en algunas ocasiones comida preparada para que el perla estudiara en las noches. Hasta la noche en que llegué con mis cajas de pizza y estaba de lo más encamado con una compañera de la U.

Yo no vi el encamamiento in situ eso sí. No voy a mentir. Entré cuando sus compañeros de departamento me abrieron la puerta, muy preocupados, tratando de convencerme de que Vicente estudiaba en el dormitorio con tres compañeros. Vicente debe haber escuchado mi voz, porque salió de su pieza, ya vestido, sólo con Amanda (una de sus compañeras de la universidad), y me dijo que estudiaban, pero tal vez no sabía que los compañeros del depto ya me habían hablado de “tres” compañeros y no de “una” compañera. Era cosa de mirarle la cara a Amandita: estudiando no estaban. Si tenía hasta sus malditas mejillas rojas. Entonces sintiéndome morir dejé las pizzas en la mesa y me fui pensando: “Ojalá se las hubiese metido por donde mejor le cupieran con aceitunas y todo al inmaduro ese”…“Ojalá Amandita se las refriegue en el rostro cuando al príncipe del patetismo le dé por llorar mientras ella sólo quiera gozar”.

Vía : Blog Paula

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