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Vivimos rápidamente, sin tiempo para pensar en implicancias, en consecuencias. Nos convertimos en impulsivos por naturaleza. Saltamos de corazonada en corazonada. De pálpito en pálpito. Y sin siquiera meditarlo, entregamos nuestra suerte a la voluntad del azar ¿Estamos preparados para tanta sobreexposición?

Mora T. acababa de cumplir 14 años. Sus hormonas estaban más que inquietas. Su cuerpo ya era el de una mujer y los chicos se lo hacían saber. Sin embargo, su actitud nada tenía que ver con lo que reflejaba el espejo. Era una nena aunque no parecía una nena. De un día para el otro, el hermano mayor de una amiga (que hasta hacía unas semanas ni la saludaba) empezó a invitarla a ella y a sus compañeras de curso a algunas fiestas que organizaba con grupos de su escuela. El sueño se había hecho realidad. Ya pertenecían. Ya las miraban.

A la primera fiesta fueron en jeans y zapatillas, pero al ver al resto de las chicas producidas como para la tapa de una revista de modas, arrasaron el shopping y cambiaron de look. Sin ser del todo conscientes de qué movilizaban al jugar a ser sexys, subieron sus polleras (sin dejar por eso de sentarse como si estuvieran en jogging) y profundizaron sus escotes. Y lo hacían a escondidas de sus padres, conscientes de que algo prohibido había detrás de esta repentina metamorfosis.

Fue en una de esas fiestas cuando, después de algunas cervezas, comenzaron a sacarse fotografías más que osadas. Más que sensuales. Irresistibles…A pedido de los varones, incluso, hasta aceptaron besarse entre ellas. Sentían vergüenza, pero ser las chicas más populares de la noche las complacía y siguieron adelante. No repararon que habría un después en el que, ya sin tacos ni rouge, tendrían que cruzarse con los que esa noche no parecían juzgarlas.

A la mañana siguiente, y antes de ponerse a estudiar para el examen de matemáticas, Mora prendió la computadora dispuesta a chatear con alguna de sus amigas y revisar su fotolog. La noche había sido intensa en sensaciones y había muchos secretos para compartir.

Bastó que se pusiera online para enterarse y comprobar que las “fotos del delito” habían sido subidas esa misma madrugada a la web. Jamás había pensado que algo así podía suceder. Ni siquiera le habían prometido que no sucedería. Solo había jugado a ser deseada, a ser osada, a ser grande. El tiempo ahora sólo le servía para arrepentirse.

¿Has tomado decisiones sin haberte detenido a pensar en sus consecuencias?

Vía : Yahoo Mujer